La escena es familiar: necesitas traducir un contrato, una constancia fiscal o una propuesta. Copias el texto en una aplicación y en segundos aparece la versión en otro idioma. Gratis, rápido y aparentemente impecable.
Entonces surge la pregunta:
¿Por qué pagar por una traducción profesional si la computadora lo puede hacer gratis?
El mito que lo explica todo
En la tradición judeocristiana, el mito de la Torre de Babel relata cómo la humanidad, que hablaba una sola lengua, fue dispersada por el mundo y condenada a no entenderse. Desde entonces, la traducción se convirtió en la herramienta esencial para volver a tender puentes y reconstruir la comunicación entre los pueblos.
De San Jerónimo a la profesionalización
El patrono de los traductores, San Jerónimo, dedicó su vida a traducir la Biblia al latín, en una obra monumental conocida como la Vulgata. Su trabajo permitió que generaciones enteras accedieran a los textos sagrados y marcó un antes y un después en la historia de la cultura occidental.
Durante siglos, la traducción fue vista como un oficio, ejercido por escribas, misioneros o eruditos que respondían a necesidades puntuales. Hoy, sin embargo, es una profesión consolidada, que se estudia como licenciatura universitaria y que cuenta con diversas áreas de especialización: traducción jurídica, médica, financiera, técnica, audiovisual, literaria, e incluso campos de frontera como la lingüística forense o la localización digital.
Un oficio que ha marcado la historia
Más allá de los mitos y la religión, los traductores han sido actores clave en los grandes momentos de la humanidad:
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Los sabios de Bagdad que tradujeron al árabe la filosofía griega.
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Los humanistas del Renacimiento que hicieron circular textos científicos.
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Los intérpretes que en los Juicios de Núremberg inauguraron la interpretación simultánea, cambiando para siempre la comunicación internacional.
La traducción siempre ha sido más que palabras: es responsabilidad, ética y precisión.
Lo que la máquina no entiende
La IA puede traducir un texto, pero no puede interpretar su intención ni prever sus consecuencias.
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Un error al traducir “consejero” como “counselor” en lugar de “Director” puede cambiar el sentido de un proceso judicial.
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Confundir “faculty” con “facultad” en lugar de “claustro” puede invalidar un título académico.
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Y un eslogan traducido literalmente puede arruinar la reputación de una marca.
La máquina calcula. El traductor comprende, adapta y garantiza que el mensaje cumpla su propósito.
Una profesión que se transforma con la IA
Las herramientas digitales y la inteligencia artificial no sustituyen al traductor, lo potencian.
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Velocidad en tareas repetitivas.
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Consistencia terminológica en textos técnicos.
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Capacidad de manejar grandes volúmenes de información.
Y con ello han surgido nuevas diversificaciones profesionales, como:
• Posedición de traducción automática (revisar y corregir lo que produce la máquina).
• Detección y mitigación de sesgos en sistemas de IA multilingües.
• Entrenamiento y curación de corpus para motores de traducción automática.
• Análisis lingüístico forense en entornos digitales.
• Evaluación de calidad en traducción automática.
Entonces, ¿por qué pagar por una traducción?
Porque no pagas por palabras traducidas.
Pagas por certeza, seguridad y confianza.
Pagas para que tu voz, tu contrato, tu historia o tu mensaje se entiendan exactamente como quieres que se entiendan.
La traducción no es un lujo, es un puente. Y aunque las máquinas ayudan a construirlo, sólo los traductores garantizan que sea sólido y confiable.
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